Ayer fue un día triste para España. Ayer asistimos a un nuevo espectáculo lamentable protagonizado por un prófugo de la Justicia como es Carles Puigdemont que busca desesperadamente atención mediática ante el fracaso absoluto del independentismo en las elecciones catalanas.
Pero lejos de la acción marginal de este individuo de aparecer, dar un mitin ante un público escaso de adeptos y meterse en un coche blanco, Puigdemont ha contado con la colaboración, durante su fuga, de agentes de la autoridad que deberían ser neutrales y no rebajarse a ayudar por acción u omisión a este individuo.
Es mejor pensar que se ha debido a la incompetencia de las instituciones (Policía Nacional, Ministerio del Interior, Generalitat de Cataluña, Mossos D’escuadra) que hablar de hacer la vista gorda o colaborar en que este tipo humille una vez más a los españoles, apareciendo y fugándose en las narices de todos los presentes, cámaras de televisión incluidas. Porque la opción de la colaboración con un prófugo de la Justicia sería desoladora para nuestro Estado de derecho.
Pero es que Puigdemont ha venido a solapar la sesión de investidura de Salvador Illa, quien todo apunta que será President de Cataluña gracias a destruir la solidaridad entre regiones como manda la Constitución y otorgar una soberanía fiscal a Cataluña totalmente injusta y lesiva para el futuro nuestro país.
Por un lado, Puigdemont, con su afrenta a las instituciones, actos que gracias entre otros al PSOE y a la investidura de Pedro Sánchez le saldrán gratis. De hecho, ya le sale gratis, aunque vaya en contra del Tribunal Supremo que ha desligado de la infame Ley de Amnistía el delito de malversación. Y por otro, Illa, hecho a imagen y semejanza de Pedro Sánchez, quien ha vendido la soberanía fiscal de Cataluña en contra de la sostenibilidad fiscal del resto de España por un puñado de votos.
Vergonzoso.