La política española se ha convertido en un campo de batalla donde la estrategia principal parece ser el «y tú más» en lugar de buscar soluciones concretas para los problemas reales que enfrenta nuestro país. Los frentes políticos se enzarzan en disputas interminables, donde lo único que importa es señalar con el dedo al adversario, intentando encontrar el más mínimo desliz que pueda ser utilizado para desacreditar al otro.
Estoy profundamente indignado al ver cómo el debate político se ha desviado de los temas que verdaderamente importan para la ciudadanía. En lugar de abordar y asumir responsabilidades por los desafíos económicos, sociales y ambientales que nos afectan a todos, nuestros líderes políticos prefieren sumergirse en una competencia de quién puede sacar más trapos sucios. Y lo más grave es que, incluso cuando esos «trapos» son blancos como la nieve, se esfuerzan por mancharlos con tal de ganar unos puntos en esta carrera hacia la nada.
Estoy cansado de ser testigo de cómo se intenta manipular nuestra percepción, de cómo se nos trata de engañar haciéndonos creer que el diálogo superficial es más importante que la acción efectiva. Por poner un ejemplo, en Alemania, el estándar de integridad y responsabilidad política se manifiesta con ejemplos contundentes, como la ministra alemana de Educación dimitió por el presunto plagio de una tesis, evidenciando un compromiso real con los valores éticos y la transparencia. Este gesto, aunque pueda parecer menor, subraya una cultura política donde las faltas no se toleran ni se excusan. Mientras tanto, en España, nos encontramos en una situación diametralmente opuesta. Aquí, pese a la acumulación de escándalos, irregularidades y comportamientos cuestionables por parte de nuestros representantes, muchos de ellos permanecen apoltronados en sus asientos, aferrándose al poder con una tenacidad que desafía cualquier principio de decencia o rendición de cuentas. La disparidad en las reacciones ante la falta de ética entre ambos países no solo es alarmante, sino que también refleja profundamente el abismo que separa a nuestras sociedades en términos de exigencias morales y responsabilidad política.
Lo que España necesita no son más debates estériles ni enfrentamientos vacíos. Necesitamos líderes capaces de asumir responsabilidades, de poner el bienestar de la nación por encima de sus intereses partidistas. Necesitamos una política basada en la integridad, en la transparencia y, sobre todo, en la acción. Es hora de que aquellos que nos representan dejen de lado el «y tú más» y se centren en asumir sus responsabilidades y construir un futuro mejor para todos los españoles.
Jor